lunes, 29 de junio de 2009

The Raucous Royals (La Realeza Escandalosa...)

Os estaréis preguntando: ¿Que hace Enrique VIII tragándose un trozo de pollo? Bueno, todos sabemos que Su Majestad apreciaba mucho un buen manjar y su extraordinario apetito era comentado en toda la corte.¿Pero en realidad siempre fue un soberano gordinflón?

Como he comentado en post anterior, en sus años jovenes el rey llamaba la atención por donde pasaba, deslumbrando a las damiselas con sus fuertes músculos y su imponente presencia. Era un alto caballero, medía apoximadamente 1.92 metros, una altura que superaba con creces los estándares de la época. Además, poseía el pelo rojizo, característico de la dinastía Tudor, que lo había heredado de su madre, Isabel de York. Después de tantas alabanzas, podríamos decir que era un tipo guapo y atractivo.

Sin embargo, su guapura, como el lógico esperar, se perdería por culpa de los años y por sus inconsecuentes excesos. Al final de su vida, sufría mucho por una herida en la pierna que no acaba de cicatrizar. Aquello desprendía un terrible olor a pus que se hacía difícil permanecer mucho tiempo a su lado. Los médicos le aconsejaron,para no empeorar su estado, que debería evitar practicar ejercício físico. Se hizó tan obeso que sus servidores tenían que arrastrarle a una silla vallada sostenida por unos palos por delante y por detrás.

El monarca también tenía las encías hinchadas, le faltaban dientes y peor aún: un aliento horrible. Los médicos hoy en en día creen que el rostro hinchado de Enrique VIII se debía por una enfermedad llamada escorbuto. Las personas adquirian esta dolencia cuando no tomaban suficiente vitamina C en su dieta. En la corte de Enrique, las mayor parte de los cortesanos comían anguilas, ballenas,marsopas, jabalís, caracóles, pavos reales y cisnes. No era costumbre alimentarse de frutas y verduras, que son ricos en vitaminas, lo que explica que el monarca engordara tan considerablemente. Se cuenta que llegó a pesar más de 136 kg!



Esta y otras historias las podéis encontrar en http://www.raucousroyals.com/ o en el blog de la misma autora http://blog.raucousroyals.com/. La escritora inglesa Carlyn Beccia hace un excelente trabajo al intentar aclarar todos los enigmas de nuestros personajes históricos favoritos, todo ello con un lenguaje divertido y cargado de humor. Sabremos de una vez por todas si una anecdota se trata de mero rumor o de una innegable verdad. Algunas talvez jamás podrán ser desveladas...

Os dejo con un video promocional de su libro, que salíó al mercado en septiembre de 2008.


miércoles, 24 de junio de 2009

La Coronación de Enrique VIII

















El 24 de Junio de 1509, hace exactamente 500 años, Enrique VIII fue coronado Rey de Inglaterra y su esposa, Catalina de Aragón, fue proclamada Reina consorte.

En la víspera del gran acontecimiento, el 23 de junio, Londres se lleno de júbilo cuando el rey y la reina atravesaron en procesión a Cheapside, Temple Bar y el Strand hasta el palacio de Westminster. Londres todavía era una ciudad medieval amurallada, aunque sus barrios periféricos se estaban extendiendo muy deprisa más allá de las murallas: en el Strand, por ejemplo, se situaban las grandes casas de la nobleza, con jardines que bajaban hasta el río. El horizonte de la ciudad apareció dominado por las agujas de la catedral gótica de San Pablo y otras ochenta iglesias. Era una ciudad que progresaba, llena de vida y muy congestionada porque sus calles era estrechas y sus edifícios apretujados ocupaban a veces parte de la calle; la mayoría de sus ciudadanos, por tanto utilizaban el Támesis como príncipal vía pública.
Londres durante la Era Tudor

En honor a su coronación, las edificaciones que bordeaban la carrera estaban adornadas con tapices y de los caños manaba vino que el pueblo podía beber sin pagar nada. El joven Enrique, que dentro de cinco días cumpliría dieciocho años, cabalgaba debajo de un dosel que portaban los barones de los Cinco Puertos, precedido por sus heraldos. Estaba imponente vestido con un jubón de oro con piedras preciosas engarzadas debajo de un manto de terciopelo carmesi, forrado de armiño, y sobre los hombros una tira de rubíes.

Catalina, de veintitrés años, iba recatada y modesta en su traje de raso blanco bordado y armiño, dejaba caer sobre sus hombros su extenso y bello cabello rubio rojizo para demonstrar su pureza. Seguía a su esposo en una litera adornada con colgantes de seda blanca y cintas doradas. Sus damas, vestidas de terciopelo azul, la seguían montadas en corceles no menos resplandecientes.

La comitiva resultaba ser un espectáculo fascinante, digno de ser admirado, como si nos adentráramos en un cuento de hadas.

El pueblo al contemplar ese gran evento, no podía contener su entusiasmo. Había muchas esperanzas puestas en aquel jovencísimo soberano. Enrique inspiraba confianza, con él no les faltarían buenas carreteras para viajar, tranquilidad para vivir y ocasiones de acercarse al monarca para hacerse escuchar, para ganar su voluntad. Este rey sacaría a Inglaterra de las tinieblas y se uniría al nuevo movimiento renacentista que triunfaba en Europa. Sería un modelo para los cortesanos y fomentaría el arte y la cultura de su país, además de apoyar a los mercaderes.

Por la tarde el rey y la reina llegaron al Palacio de Westminster, que había sido sede del gobierno real y principal residencia del monarca en Londres desde el siglo XI.



Enrique y Catalina velaron toda la noche antes de la coronación en la capilla de San Esteban, fundada por el rey homónimo en el siglo XIII. El día de San Juan, 24 de junio, domingo, los jovenes soberanos, ataviados con regias vestiduras de color carmesí y precedidos por la nobleza, que iba vestida de escarlata con pieles de adorno, anduvieron hasta la Abadía de Westminster por una alfombra de paño rayado con hierbas aromáticas y flores esparciadas por ella. Al entrar el rey en la abadía y perderse de vista, el gentío rompió la alfombra en pedazos para guardarlos como recuerdos.

Tomás Moro escribió maravillado estas palabras: "Este día consagra a un joven que es la gloria eterna de nuestra era. Este día es el fin de nuestra esclavitud, la fuente de nuestra libertad, el principio del gozo. Ahora el pueblo, liberado, corre delante de su rey con los rostros iluminados."

Después de ser aclamado, Enrique prestó el juramento de la coronación y fue ungido con óleo sagrado. A continuación el Arzobispo Warham procedió a consagrarle con la corona de San Eduardo el Confesor. El coro rompió a cantar Tedeum Laudamus mientras treinta y ocho obispos conducían al monarca recién consagrado hasta el trono para que recibiera el homenaje de sus súbditos principales.

En una ceremonia mucho más corta, la reina fue coronada con una pesada diadema de oro engastada con zafiros, rubíes y perlas. Cuando la pareja salió de la abadía, el rey llevaba la corona "imperial" o corona arqueada, que era más ligera, y una vestidura de terciopelo color púrpura forrada de armiño; mientras la multitud profería vítores, sonaba el órgano y las trompetas, atronaban los tambores y replicaban las campanas para señalar que Enrique VIII "Había sido coronado gloriosamente por el bien de país entero".



Después de la coronación, el rey y la reina encabezaron la gran procesión de vuelta Westminster Hall para el banquete correspondiente. Además se celebraron justas y torneos en el palacio que durarían hasta medianoche. La fiesta continuaría durantes varios días más.

Semejante alegría se vería unicamente truncada por la muerte de la abuela de Enrique, Margaret Beaufort el 29 de junio, el día después que el monarca alcanzara la mayoría de edad.

A partir de entonces una nueva era deparaba Inglaterra, un tumultuoso reinado que dejaría una huella inolvidable en los anales de la historia de ese país. Por ahora nadie imaginaba que este culto, galante y atractivo príncipe renacentista se acabaría convirtiendo en un temido y despiadado soberano, que sería más recordado por sus conflictivos matrimonios que por sus hazañas en el trono.


Bibliografía:

Weir, Alison: Enrique VIII el rey y la corte, Círculo de Lectores, Barcelona, 2004.

Hackett, Francis: Enrique VIII y sus seis mujeres, Planeta DeAgostini, Barcelona, 1996.


miércoles, 17 de junio de 2009

¿Ana Bolena era realmente una bruja? 1ª Parte

El otro día investigando sobre nuestra querida Ana Bolena (¡siempre tendrá reservado un lugar especial en este blog!), me he deparado con una imagen de ella en la película de "Harry Potter y la Piedra Filosofal". La verdad es que me he quedado un poco atónita al presenciar su retrato colgado en la pared. Si os dáis cuenta, dá la sensación que Hermione la está encarando con la mirada.


Os estaréis preguntado: ¿Que hace Ana allí? Que tiene ella que ver con el colégio de magos de Harry Potter?
El film nos hace creer que Ana Bolena era una ex pupila de los Hogwarts o una famosa hechicera.


¿Pero realmente era una bruja?


Para ello, hay que adentrarse en la mentalidad del pueblo del siglo XVI, cualquier anomalía física o comportamiento extraño eran vistos como signos de brujería.

Dicen Ana que poseía un sexto dedo rudimentario en la mano izquierda, que se esforzaba mucho por ocultar. Para esconderlo, utilizaba mangas muy largas en sus vestidos, y rapidamente la moda fue copiada por las damas de la corte. Este rumor lo propagó Nicolas Sander, que simplemente dijo que tenía seis dedos, no obstante, en la biografía de Ana escrita por George Wyatt (nieto del poeta Thomas Wyatt), el autor alegaba que tenía "cierto asomo de uña" en un lado de uno de sus otros dedos. Pero todavía le atribuyen más deformidades. Los cotilleos malintencionados afirmaban que sufría de un bocio que le afeaba el cuello, además de poseer una gran cantidad de lunares y verrugas. Algunos decían que incluso estaba provista de tres senos.


Todas esas descripciones parecen inviables, totalmente imposibles. Estos cotilleos sólo tenían un objetivo: desprestigiar el legado de Ana. ¿Realmente el rey de Inglaterra se hubiera fijado en ella teniendo esas características? Enrique VIII por nada en el mundo elegiría una dama tan poco atractiva y con semejantes anomalías. Ana deslumbró al monarca desde el principio con su ingenio, inteligencia y belleza y lo mantuvo en vilo durante siete largos años hasta que finalmente fue coronada reina de Inglaterra.


Por otro lado, si Ana hubiese sido deforme, su familia la hubiera apartado del mundo con miedo a que fuera condenada a la hoguera por bruja . Pero no fue así, la enviaron siendo muy joven a la corte de los Habsburgo, siendo una de las damas de Margarita de Austria y posteriormente hizo compañía a Claudia, esposa de Francisco I de Francia. Finalmente regresaría a Inglaterra donde sería una de las damas de honor de Catalina de Aragón. Esos defectos físicos la hubieran impedido circular por tan ilustres cortes.


Ana Bolena era religiosa y apoyó enormemente la Reforma en Inglaterra. Su padre Thomas y su hermano George Bolena le traían libros de otros países que pregonaban la nueva doctrina de Lutero. Inclusive, llegaba a comentar con Enrique VIII las nuevas corrientes religiosas. En parte, gracias a ella, la Biblia se tradujo por primera vez del latín al inglés. ¿Una bruja no apoyaría semejante causa, verdad?

Fraser, Antonia: Las seis esposas de Enrique VIII, Ediciones Web, Barcelona, 2007.

lunes, 15 de junio de 2009

Françoise de Foix , Condesa de Châteaubriant: Cuarta y Ultima Parte


El 24 de julio 1524 una tragedia asoló la vida de Francisco I, la muerte de su esposa Claudia con tan sólo veinticinco años. La reina se encontraba convalecente desde el nacimiento en junio de su última hija, Margarita y ya no le quedaban muchas fuerzas para continuar. La bondadosa dama, casada a los catorce años, había tenido siete partos en nueve años. Todo aquello debilitó enormemente su salud, ocasionándole una deficiencia de calcio y una osteoporosis temprana. Sin embargo, existen rumores que su dolencia se complicó todavía más a consecuencia de una sospechosa enfermedad que le había transmitido su marido.

Al saber la notícia, el rey lloró sinceramente su muerte y no pudo evitar pronunciar estas palabras a su hermana Margarita: "Si yo pensase que podía salvarla dando mi vida, lo haría de corazón". Y prosiguió: "No hubiera pensado nunca que fuese tan triste deshacer el lazo del matrimonio". Según el señor de Fleurange, amigo íntimo de Francisco I, el monarca guardó un luto rigoroso, como hicieron su madre y todo su séquito.



Tumba de Claudia de Francia, Basílica de Saint-Denis

Pero aún estaba por venir la Batalla de Pavia. El 24 de de febrero de 1525, día en que Carlos V cumplía veinticinco años, Francisco I, rey de Francia, era totalmente derrotado y hecho prisionero por las tropas imperiales. Se lo llevarían a España, donde permanecería en cautiverio durante un largo año. Mientras tanto, Françoise permaneció en Francia, no era muy conveniente desplazarse al país vecino para visitar a su regio amante. La única que siguió el paradero del rey fue su estimada hermana, Margarita, quién confortó a Francisco en estos terribles días de su existencia.


Francisco llega a Valencia
Logró su libertad gracias al firmar un tratado que nunca cumplió, dejando a la merced del emperador a sus dos hijos, el delfín Francisco y Enrique, futuro Enrique II. Aparte también se comprometería en matrimonio con Leonor, hermana de Carlos V. El monarca regresó a Francia y tomó las riendas del gobierno. Procedió entonces a crear ligas con más o menos poderosos aliados para vengar la ofensa recibida. El Francisco que había vuelto de España ya no era el mismo, toda aquella alegría que rebosaba un año antes ahora se había convertido en rencor y en verguenza.
La presencia de Madame Châteubriant ya no es tan grata como solía ser antes. De hecho, nada de su entorno le hacía gracia. La Petite Bande ya no existía, muchos de sus combatientes habían perdido sus vidas en el campo de Pavía, y los sobrevivientes, que contemplaron la muerte tan de cerca y presenciaron la infortunada derrota, ya no estaban para celebraciones y bailes.
Al poco tiempo de regresar del cautiverio, en el año de 1526, Francisco conoció a Anne de Pisseleu, una bonita dama de dieciocho años repleta de ingenio y ambición. Françoise intuía lo que se avecinaba, las atenciones que el rey prodigaba hacía la doncella eran las mismas que ella había recibido años antes. Ya contaba con treinta y dos años y tenía conciencia que su belleza se marchitaba, sin embargo, su encanto aún relucía en los saraos palaciegos. Pero aquello ya no era suficiente, su persona ya no era una caja de sorpresas para el monarca y perdía terreno para la misteriosa muchacha, que era toda una novedad.

Anne de Pisseleu, futura Duquesa de Étampes


Françoise hace valer sus derechos como favorita real. Al principio se enoja con la situación y luego implora por el amor de Francisco. El monarca hace oídos sordos a las súplicas y amenazas de su amante. Anne sabe que al final ganará la partida, no presiona al rey, e incluso trata con amabilidad a su competidora, hasta con respecto. Las cortesanas siguen luchando por su posición, ambas posee una esmerada educación y un saber estar inigualable, no obstante sólo existe algo por lo que Françoise jamás podrá alcanzar, la juventud de su rival.


Hay momentos que Francisco pierde la paciencia y Françoise llega al extremo de abandonar la corte, pero sólo para volver rapidamente e implorar por su amor. Finalmente se llega a un acuerdo, el rey podrá visitar a Anne, sin embargo Madame de Châteaubriant mantendrá su puesto como
maîtresse en titre. Logícamente semejante solución tenía sus días contados, duró, apesar de todo, dos años, hasta que, ya en 1528, Françoise abandonó definitivamente en campo de batalla, cediendo su plaza a Anne de Pisseleu. Huiría a refugirarse Châteubriant, donde su marido, construiría una mansión para ella.


El rey enviaría unas crueles líneas a su afligida amante:

"Pour le temps qu`avec toi j´ai passé,
Je puis bien dire: "Requiescat in pace".

(Del tiempo que pasé con vos, sólo puedo decir: "Descanse en paz")


Brantôme nos cuenta detalles curiosos de la ruptura. El rey solicitó a Madame de Châteaubriant que le devolviera las joyas que le había regalado, en las cuales estaban grabados lemas amorosos compuestos por la reina de Navarra. La condesa enfurecida tuvo tiempo de fundirlas, y, a continuación las entregó a un gentilhombre que trabajaba a servicio de Francisco I. El monarca no quiso quedarse con los lingotes y se los devolvió a su antigua amante.

La ex maîtresse en titre tuvo que comenzar a convivir nuevamente con Jean de Leval y aparentemente vivían en paz, dismintiendo ante todos la fama de violento y vengativo que tenía su marido. El tiempo pasaba tranquilamente por Châteubriant, hasta que en el fatídico otoño de 1537 murió Françoise de Foix. Tenía cuarenta y tres años, y según la opinión de quienes la vieron por entonces, no había perdido ni un ápice de la belleza que había cautivado al rey Francisco.



Françoise de Foix

Las notícia de su muerte había llegado rapidamente a la corte, Francisco montó a caballo y galopó hasta Châteaubriant, donde rezó ante la tumba de Françoise, según los cronistas oficiales, o lloró, según testigos presenciales. Pero a princípios de 1538, un terrible rumor llegó a los oídos del los cortesanos: la muerte de Françoise no se había debido a causas naturales; había sido asesinada. Por nadie más y nadie menos que su marido.

Todos sabían que el conde era un hombre abstraído, de poco amigos y en ocasiones, violento. Durante largos años había tolerado que la mujer que adoraba desde que era niña perteneciera a otro, y no podía hacer nada para remediar la situación. ¿Quién era capaz desafiar el rey de Francia? Incluso tras el regreso de su infiel esposa siguió aparentado estar conformado con el papel que le tocaba, agradando al monarca cuando llegaba de visita a Châteaubriant y aceptando las concesiones que le eran otorgadas. Sin embargo su odio se iba alimentando cada día más, hasta que finalmente estalló.

Durante seis meses mantuvo encerrada a su esposa en una habitación totalmente tapizada de negro y, por fin, el 16 de octubre de 1537, hizo que dos cirujanos, con unos bisturíes bien afilados, sagraran a Françoise hasta que la muerte se la llevara. Indignado y fuertemente impresionado por la historia, Francisco I encargó al Contestable Montmorency que elaborara una ardua investigación. Su leal servidor nada pudo averiguar y nadie condenó al sospechoso. Montmorency apenas concluió que la dama había muerto por causas naturales. Jean de Laval fallecería el 11 de febrero de 1543, a los cincuenta y seis años de edad nombrando al Contestable de Francia su unico heredero (para ello desheredó a sus sobrinos). Semejante acontecimiento no hizo sino derramar más dudas sobre la veracidad de las investigaciones de Montmorency.

Anne de Montmorency, retrato atribuido a Jean Clouet (1530)


Bibliografía:

Gonzalez Cremona, Juan Manuel: Amantes de los reyes de Francia, Editorial Planeta, Barcelona, 1996.

Kent, Princesa Michael: Diana de Poitiers y Catalina de Médicis, Rivales por el amor de un rey del Renacimiento, Esfera de los Libros, Madrid, 2005.

http://en.wikipedia.org/wiki/Fran%C3%A7oise_de_Foix

http://fr.wikipedia.org/wiki/Fran%C3%A7oise_de_Foix

domingo, 7 de junio de 2009

Françoise de Foix , Condesa de Châteaubriant: Tercera Parte



A Francisco I le encantaba reunirse con su Petit Bande, un grupo de jovenes cortesanos vivarachos y alegres. Con ellos se aventuraba a todo tipo de travesuras y juegos, sin embargo Françoise no formaba parte "oficial" de este grupo, su personalidad y hasta su posición la situaban por encima , pero acostumbraba estar presente en sus entretenimientos y diversiones. Una de éstas casi le cuesta la vida al rey de Francia.

Era el invierno de 1520-21 la corte se hallaba en Romorantin, prácticamente aislada por la nieve, por lo que no es de extrañar que se jugara con ella. En una noche profundamente oscura, el rey y sus inseparables amigos se tiraban bolas con todo el entusiasmo de que eran capaces, en la excitación del juego, alguién no se le ocurrió mejor idea que iluminar el campo de batalla arrojando, a falta de bengala, una antorcha encendida. Que fue a parar nada más y nada menos, que a la frente de Francisco.

La herida era grave y se llegó a temer por la vida del monarca. Excepto a él mismo, todos en el palacio estaban enojados por lo ocurrido, y más que todos, Luisa de Saboya, la austera madre de Francisco. Rogaba que los culpables recibieran su merecido. Se refería a quién había lanzado la antorcha, pero también al resto de la pandilla implicada en los hechos. Parece ser que la reina madre incluía entre estos cómplices a Françoise, con quién sostenía una recelosa relación.



Luisa de Saboya

Las furias de Luisa eran siempre temidas, y en esa ocasión estaba más furiosa que nunca, así que Françoise optó por abandonar la corte y retirarse en su castillo de Châteaubriant. Allí volvería a encontrarse con su desdichado marido. Poco tiempo después de su regreso murió su única hija, Anne, el 12 de abril de 1521. Ante el tremendo dolor de tal pérdida, el matrimonio acabó uniéndose nuevamente, compartiendo sus desconsoladas lágrimas.


Felizmente para Francia y, en general, para todos, Francisco I sanó sus heridas y lo primero que hizo al montar a caballo no fue galopar hacia los enemigos del país sino hacia el castillo de su amante.



Francisco I, pintura de François Clouet (1540)


A pesar del mal carácter de su esposo, Jean de Laval, éste recibió a su soberano como correspondía a su rango. El destino volvería a pasar al conde una mala jugada, el rey se llevaría a Françoise nuevamente a la corte, pero antes colmaría a su marido de regalías.

Volviendo a la Petit Bande, el monarca ordenó expresamente que no se castigara a ninguno de ellos por el accidente. Entonces todo retomó a la normalidad y todos tan felices como siempre. Francisco era el que más contento se hallaba, con su recuperada amante oficial.

Pierre de Bourdeille, señor y abad de Brantôme (1540-1614), que pasó a los anales de la historia relatando todo tipo de líos y chismes cortesanos, afirma que por esos años Françoise, fiel a su rey, no a su esposo, en realidad no lo era tanto. Según él, concedía sus favores también a Bonnivet, íntimo amigo de Francisco.



Guillaume Gouffier, Señor de Bonnivet, retratado por Jean Clouet (1516)


Un cierto día, el rey llegó si anunciarse a los aposentos de la dama, encontrando a su puerta una criada que intentó detenerle. Apartándola de su camino, entró en la habitación para descubrir a Françoise compartiendo lecho con el apuesto Bonnivet. El monarca al presenciar la escena, en vez de sacar su espada y luchar contra su amigo infiel y recriminar su adúltera amante, prefirió hacer la vista gorda ante los hechos. Para cubrir la historia, Francisco inventó que había pillado a uno de su caballeros con una de sus sirvientas, repreendiendo al primero haberse deshonrado a sí mismo acostándose con una criada y a la segunda haber difamado el lecho de su amo. Y como era costumbre en esa libertina corte, todos tan felices.

Esta es simplemente una anécdota entre otras tantas que relató Brantôme, sin embargo nunca sabremos si fue un divertida invención o una curiosa verdad.


Bibliografía:


González Cremona, Juan Manuel: Amantes de los reyes de Francia, Editorial Planeta, Barcelona, 1996.

miércoles, 3 de junio de 2009

Françoise de Foix , Condesa de Châteaubriant: Segunda Parte

Después de la anecdota de la sortija, Françoise de Foix, a quién la historia más conoce como Madame de Chateaubriant, es presentada ante la corte de Francisco I . La condesa cautiva a todos los cortesanos con su belleza y sus ingeniosas palabras. Era una de las damas más cultas del palacio, hablaba latín e italiano además de dedicarse a la poesía.

A pesar de los constantes asedios del impetuoso monarca, Françoise amaba a su marido y era una mujer de moral intachable. Logícamente era consciente del cortejo de Francisco, los esfuerzos reales saltaban a la vista de todos, sin embargo ella no hacía nada para alentar sus deseos, lo que enardecía y estimulaba más al enamorado rey de Francia.

Frustado ante sus fracasados intentos, Francisco empieza a empreender una serie de estrategias para conquistar poco a poco el corazón de su dama. Entre sus tácticas estaba hacerle regalos y beneficiar a su familia. Su marido, Jean de Laval, recibió un alto cargo en la corte y a su hermano mayor, el vizconde de Lautrec, se le otorgó el título de gobernador del ducado de Milán. En cuanto a la propia Françoise, fue discretamente homenajeada con unas mágnificas telas bordadas. Tanta estima hacía sus parientes y a ella misma era imposible no sentirse halagada. Redactó una admirable carta en señal de agradecimiento a Francisco, y observamos que en vez de firmar Comtesse de Châteaubriant simplemente anota Françoise de Foix. Su corazón empieza ablandarse ante la amabilidad del monarca.

Como eterno romántico que era, el rey de Francia olvidó los deberes de Estado, sus diversiones cortesanas e incluso el creciente poderío de Carlos I de España. Se dedicó enteramente a escribir a su querida apasionados y largos poemas. Afirma que sólo ella puede calmar su corazón, cuerpo y vista y, en fin si accede a ser su Maîtresse en titre, no habrá mujer más afortunada que ella.

Francisco I, anónimo de 1515

Françoise contesta a su galante rey con todo su ingenio posible. En este poema dá a entender que ha dejado de ser una presa inaccesible:


Et je te parle privément, car je sens
En ta personne tant d´honneur et de sens
Que pour mourir ne voudrais déceller
Ce que te veux maintenant revéler:
C´est qu´il te plaise garder mon honneur,
Car je te donne mon amour et mon coeur

(Y yo te habló intimamente porque siento
En tu persona tanto honor y sentimiento
Que ni ante la muerte revelarías
Lo que ahora te voy a confesar:
Y es que quieras guardar mi honor,
Porque yo te doy mi amor y mi corazón)


Firma de Françoise de Foix

Finalmente alrededor de 1518, el monarca había conseguido su objetivo, pero para entonces había pasado un largo año desde aquel encuentro en el castillo de duque de Bretaña. Es digno de admirar que la condesa se mantuviera firme y fuerte ante los asedios de Francisco, y más siendo un rey que se resistiera tanto tiempo. El monarca estalló de alegría por su logro ante toda la corte. Todos los cortesanos y sirvientes compartieron el júbilo de su señor, menos ciertas personas claro está. Claudia de Francia aunque acostumbrada a las infidelidades de su marido, intuía que esta vez iba a ser distinto, y al conde de Châteaubriant podemos imaginar que la notícia tampoco le hizo ninguna gracia.
Reina Claudia de Francia con sus hijas. En primer plano, Charlotte (izquierda) y Louise (derecha). Arriba a la derecha Madeleine, reina consorte de Escócia. Atrás a la izquierda, Marguerite, duquesa consorte de Saboya.

El 25 de abril de 1519, el delfín Francisco fue bautizado en Amboise. Jean de Châteaubriant y su esposa asistieron a la ceremonia. Françoise fue situada cerca de las princesas de sangre real, que significaba que era "la favorita del rey". Ella fue la primera amante oficial que tuvo Francisco I, y desde Agnes Sorel en el siglo anterior, Francia no había vuelta a tener querida. Aquella situación no complacía nada a la madre del rey, Luisa de Saboya, quién sentía antipatía por la familia Foix.
Jean, el conde de Châteaubriant, en diciembre de 1519 fue enviado por el monarca a realizar largas y complejas tareas en Bretaña, mientras su esposa, ya dama de honor de la reina, permanecía en la corte. El conde intentó disimular el disgusto y agradeció a Francisco el puesto otorgado. Por ahora, el marido no se interpondría en el Affair real.
Los años transcurren tranquilos y felices para la pareja. Carlos I de España se convierte en V de Alemania, emperador de la cristiandad, y eso molesta muchísimo a Francisco, pero no al extremo de dejar de disfrutar de la compañía de su amante. La relación entre Françoise y el rey iba más allá de lo carnal, abarcaba compreensión , entendimiento, cariño y hasta mutua protección.
Ni siquiera todo el amor que profesaba hacía la condesa impedía que continuara teniendo escarceos con otras cortesanas. Pero Françoise es inteligente; las "traiciones" son fugaces y sin importancia, mejor es ignorarlas o disculparlas para seguir gozando del favor real.
En aquellos tiempo se vivía muy bien en la corte. Hay problemas con el lejano turco y el emperador vecino, pero la tormenta no ha estallado todavía y los ecos de los truenos que la anuncia no llegan hasta palacios y castillos del rey. Los días pasaban entre cacerías, excursiones a los bosques, de vez en cuando majestuosos torneos, banquetes; por la noche, fiestas, bailes y mascaradas. Y, por encima de todo, amor.

El rey Francisco y su corte

Bibliografía:
Gonzalez Cremona, Juan Manuel: Amantes de los reyes de Francia, Editorial Planeta, Barcelona, 1996.