miércoles, 27 de octubre de 2010

La tenacidad de la condesa viuda de Angulema


La súbita muerte de Carlos de Orleáns, acaecida cuando éste contaba con treinta y seis años de edad, víctima de una pulmonía o pleuresía, es de suponer que fue un auténtico pesar; algunos de sus servidores estaban llorosos y tristes, pero para la joven viuda, que todavía no había cumplido los veinte años, la pérdida de su esposo no representaba un hecho castastrófico por el momento. Sin embargo, si el conde hubiera sobrevivido unos pocos años más, la unión podría haber producido una larga dinastía de vástagos, que hubiera permitido a Luisa disfrutar de un seguridad plena con respecto a la descendencia. Un sólo hijo varón no era garantía de nada,en una época en que la muerte súbita de lo niños era un temor recurrente en cualquier hogar, sea de la plebe o de la nobleza.


En Cognac tenía ardientes partidarios, no obstante, en la corte no disponía de amigos pudientes. Su riqueza era muy limitada. El conde de Angulema, en el testamento no le confiaba a Francisco. Era normal que Luisa de Saboya no se fiaba de las intenciones de los parientes de su difunto marido, razones no le faltaban. Luis de Orleáns, primo hermano de su marido, tenía un aliado que le aconsejaba a que participara activamente en la educación del pequeño Francisco. Era una hábil jugada y de cierta forma previsora. El chico podía un día ser rey de Francia. Moldearlo a su antojo desde el principio, podría llegar a convertirse en una fuente inagotable de poder para el caballero o los caballeros que lo hicieran.

Luis de Orleáns

Luisa no era una dama tímida y complaciente, estaba muy lejos de creer en la buena voluntad y en la tolerancia de sus parientes. En aparencia era una triste viuda apenada, pero en realidad velaba por los intereses de su hijo Francisco, como una leona que defiende a su cría, siempre alerta y con una intuición extraordinaria para preservar del mal a lo que tan suyo era. No representaba sólo el instinto ilimitado de una madre que proteje a su niño, tratábase de una propietaria de un niño varón en cuyo própero destino creía con todas las fuerzas de su ser.

Entonces, reclamó ella el pago de su dote. Era una solución práctica contra Luis de Orleáns que no quería ceder, y estó le valió quedar como guardiana de su hijo. Francisco tendría que ser rey a toda costa, a base de tesón sería capaz de lograr el ansiado triunfo. Teniendo en cuenta que todos los vástagos de Carlos VIII y Ana de Bretaña había fallecido siendo bebés, las posibilidades que su retoño se alzara con el trono eran inmensas. Aunque todo no era un camino de rosas, siempre estaría Luis de Orleáns interponiéndose en su camino.

La incertidumbre de la herencia de su hijo despertaba en ella todos los instintos protectores. Pero las personas que la rodeaban eran, por ahora, leales. Tanto ella como sus satélites, los Saint-Gelais y los Polignac, mantendríanse a su lado contra viento y marea. Ahora le tocaba administrar las tierras que había dejado a su cargo el fallecido conde, Cognac, Angulema, Romorantín y Melle.

Los primeros años de su viudez los pasó en el seno de su familia. Los consejeros de Carlos VIII decidieron que Luis de Orleáns sería tan solo el guardián del niño, comprobaría sus gastos y estaría al tanto de los cambios que sucedieran en la casa. Contrató Luisa de Saboya a Juan de Saint-Gelais como chabelán, y a los Polignac no se les dijo nada. Su causa la absorvía por completo.



El autor de manuscrito iluminado presenta su obra a Carlos VIII, c1475-c1498. Se arrodilla ante el rey y sus cortesanos, y le entrega el libro. El monarca tiene un halcón en una mano. Detrás de ellos, el revestimiento de paredes está decorado con la flor de lis que indica que él es el rey de Francia.



Bibliografía:


Hackett, Francis: Francisco I, rey de Francia, Editorial Planeta de Agostini, Barcelona, 1995.


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jueves, 21 de octubre de 2010

El Nacimiento de la Reina Elizabeth Tudor: 2ª y Última Parte

3.2 Se cancelan las justas y las celebraciones
Los imperialistas se alegraron del desencanto de toda la nación, sin embargo, nadie sintió tanta tristeza como Enrique al ver que sus planes se venían abajo. El embajador Chapuys comentaría: “Dios se ha olvidado por completo de él”, pero Enrique a pesar de su decepción inicial, tenía la esperanza que en breve su esposa le daría hijos varones sanos. En San Pablo se cantó un Te Deum por el feliz desenlace del parto, aunque se cancelaron las justas y diversiones que estaban previstas.


Eustace Chapuys ( c. 1490-1556), embajador del emperador Carlos V en la corte inglesa


Ana Bolena le abrió el corazón a Enrique y le confesó toda la amargura provocada por aquella desilusión, Enrique se apresuró a cogerla entre sus brazos, diciéndole: “Preferiría mendigar de puerta en puerta antes que abandonaros”.



3.3 El esplendido Bautizo

El 10 de septiembre, cuando Elizabeth sólo tenía 3 días de edad, la hija de rey y de Ana Bolena recibió un espléndido bautizo en la iglesia de los frailes Observantes de Greenwich. El templo y la galería que conducían hasta él se adornaron con magníficas colgaduras de paño de Arrás y la pila de plata se instaló en una elevada plataforma con barandilla. La niña iba ataviada con un manto de terciopelo púrpura forrado de armiño, con una larga cola, fue llevada en procesión hasta la iglesia.

Presunta vestimenta usada por la niña Elizabeth durante su ceremonia bautismal

El arzobispo Cranmer fue el padrino, como el cardenal Wolsey había sido de la princesa María. La madrina de bautismo fue la matriarca de la familia Howard, Agnes, duquesa viuda de Norfolk. Pero en la confirmación que siguió de inmediato, Gertude, marquesa de Exeter, leal amiga de la reina Catalina, contra su voluntad fue obligada a ser la madrina y a obsequiar a la princesa bebé con tres cuencos grabados con oro y plata. John Stokesley, obispo de Londres, bautizó a la niña con el nombre de Elizabeth. El rey de armas de la Jarretera exclamó: “¡Qué Dios en Su infinita bondad dé próspera y larga vida a Su Alteza la Princesa de Inglaterra!” Las trompetas tocaron sin cesar.


El arzobispo Thomas Cranmer (1489-1556) fue padrino de Elizabeth durante la ceremonia. Retrato atribuido a Gerlach Flicke (1545)

Bajo la trémula luz de quinientas antorchas Elizabeth fue llevada en procesión de vuelta a la cámara de la reina, donde recibió la bendición de su madre. Enrique VIII no se encontraba presente, como era parte de la tradición, pero ordenó a Norfolk y a Suffolk que dieran las gracias al Lord Mayor y sus cofrades por asistir al bautizo. Para la alegría del pueblo, tan grandioso acontecimiento se dejó notar por la ciudad: se encendieron las hogueras y fuentes de vino emanaban por varios rincones.

3.4 Elizabeth, la heredera legítima

Con el nacimiento de la princesa Elizabeth, María, su única hija superviviente con Catalina de Aragón, fue el 1 de octubre de 1533 oficialmente desposeída de su título y considerada bastarda. A partir de entonces sería conocida como “Lady María”. En noviembre del mismo año, la casa de María bajo la tutela de la condesa de Salisbury fue disuelta y ella trasladada a la casa de su hermanastra pequeña.

Cuadro de María Tudor a la edad de veintiocho años. Obra de Master John (1544)

En aquel momento, Elizabeth era la única hija legítima y heredera de Enrique, lugar que ocuparía hasta que viniera al mundo el deseado príncipe. Pero, mientras tanto, debía ser tratada con todo el respecto que su rango merecía.

4. La princesa y su madre

4.1 La princesa ya tiene casa propia

En diciembre, cuando tenía tres meses de edad, se asignó a la princesa Elizabeth su propia residencia y se la envió a vivir a Hatfield, Hertfordshire. Lady Bryan fue nombrada la institutriz de la niña, cargo que ostento también en la casa de lady María. Lady Margaret Douglas, ex miembro también de la casa de María, fue su primera dama de honor, a la vez que Blanche Parry que estaría a su lado durante cincuenta y siete años, era una de las encargadas de mercerla. El rey y la reina eran padres distantes, aunque lady Bryan tenía la reina informada de los progresos de la pequeña.


Hatfield House, lugar donde la princesa Elizabeth pasó los primeros años de su infancia

4.2 Una afectuosa madre


Escena de la película Ana de los mil días (1969)

Poco se sabe a ciencia cierta sobre la relación de Ana con respecto a su hija. Indudablemente, la reina no se preocupaba en absoluto del bebé en el sentido moderno, ya que se creía esencial para el rango de princesa que tuviera casa propia. Eso no significa que no amara a su hija; una vida poco familiar no excluía necesariamente el cariño materno. Hay anécdotas conmovedoras de un período más difícil de la vida de la reina Ana cuando, por ejemplo , fue vista tendiendo a Elizabeth a Enrique en actitud de súplica. Asimismo ,tenemos constancia de que Ana visitaba con frecuencia la mansión de Elizabeth y le mandaba ostentosas telas para la confección de sus vestidos.

5. ¿Dónde está el heredero?

En definitiva, el ascenso de Ana fue rápido y vertiginoso, doce meses le bastaron para ser engrandecida como Marquesa de Pembroke, después esposa del rey, poco más tarde coronada reina. El nacimiento de Elizabeth había indudablemente debilitado la posición de Ana ante los ojos de la corte inglesa y de las naciones extranjeras. En ella, estaban reflejadas todas las esperanzas de engendrar un heredero varón sano, el próximo gran monarca de la dinastía Tudor, que de repente se vieron truncadas. Una hija no era suficiente para lograr su cometido, aún había mucho que alcanzar.

Si el 7 de septiembre de 1533 hubiera alumbrado el deseado varón, todo hubiera cambiado drásticamente. Incluso la facción de la corte que apoyaba incondicionalmente la reina Catalina y a su hija María reconocería la hegemonía y el poder de Ana Bolena. El emperador Carlos V hubiera asumido que restaurar a su tía y prima en el trono sería una causa perdida, pero con otra niña por medio la causa de Lady María seguía viva.

Por lo tanto, la llegada de Elizabeth reavivó otra vez la inestabilidad de la casa Tudor que todavía seguía sin sucesión. Ana y su vientre eran los únicos que podría traer nuevamente a Inglaterra la paz que tanto deseaban, mientras tanto, Ana debería luchar día tras día contra sus enemigos, la hostilidad de las cortes extranjeras y ,como no, la ira del rey.

Bibliografía:

Denny, Joanna: Anne Boleyn: A new life of England´s tragic Queen, Portrait Books, London, 2005.

Fraser, Antonia: Las seis esposas de Enrique VIII, Ediciones Web, Barcelona, 2007.

Hackett, Francis: Enrique VIII y sus seis mujeres, Editorial Juventud S.A., Barcelona, 1975.

Ives, Eric: Anne Boleyn, Basil Blackwell, Oxford, 1988.

Starkey, David: Elizabeth, Apprenticeship, Vintage, London, 2001.

Warnicke, Retha M.: The rise and fall of Anne Boleyn: family politics at court of Henry VIII, Canto, Cambrige University Press, 1996.

Weir, Alison: Enrique VIII el rey y la corte, Círculo de Lectores, Barcelona, 2004.


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Es un logro inaudito el blog haber alcanzado los 216 seguidores, ¡estoy realmente abrumada! Les doy las gracias de todo corazón, sois los pilares que soportan mi castillo, sin vosotros nada sería posible. Un abrazo muy fuerte,

Lady Caroline

jueves, 14 de octubre de 2010

El Nacimiento de la Reina Elizabeth Tudor: 1ª Parte

Elizabeth Tudor a los trece años de edad, pintado por Hans Holbein en 1546.

1. El Preludio del Alumbramiento

1.1 Los preparativos y celebraciones programadas

Los preparativos para el nacimiento del primer hijo de Enrique VIII y su segunda reina, Ana Bolena, comenzaron a llevarse a cabo a principios de agosto de 1533, cuando se decidió que la reina daría a luz en el palacio de Greenwich. En aquel mismo emplazamiento, el rey Enrique había nacido cuarenta y dos años antes.

No cabía la menor duda que el hijo de Enrique y Ana sería un varón. Nadie ponía en entredicho dicha afirmación. Los astrólogos los predecían, así como los médicos del rey. El 3 de septiembre, ambos profesionales científicos unieron fuerzas para manifestarse ante el monarca que la reina daría a luz al ansiado heredero.

Dibujo del palacio de Greenwich


Enrique VIII planeaba justas, banquetes y bailes de máscaras para conmemorar el inminente nacimiento de su hijo. El rey aún seguía teniendo dudas a respecto del nombre de su futuro hijo, aún no sabía si le bautizaría como Eduardo o Enrique.

Para recibir al nuevo vástago real, se tomó de la sala del tesoro del monarca "una de las camas más magnificas y esplendorosas que se puedan imaginar”; originalmente procedía de Francia como parte del rescate de un noble capturado en 1515, conocido como duque de Longueville. Ordenó que la instalasen en la alcoba de Ana, junto al camastro con dosel carmesí en el cual alumbraría a su bebe. En el salón de audiencias, se había construido una cama de ceremonia desde la que recibiría a quienes fueran a felicitarla por la buena nueva.

1.2 El confinamento de la reina

1.2.1. El ceremonial

Miniatura incluída en el libro de las horas de Enrique VIII y Ana Bolena procedente de los Países Bajos. ( apróx. 1500) En la escena vemos a Santa Ana junto a la Virgen María que sostiene en brazos al niño Jesús.

Según las tradiciones que imperaban en la realeza, Ana se recluyó en su cámara por anticipado para esperar el nacimiento de su retoño. El ceremonial que antecedía dicho acontecimiento era de suma importancia, aunque hubiera habido un cambio de reina.

La fecha elegida para el confinamiento fue el 26 de agosto, es decir, unas dos semanas antes de que naciera el bebe. En primer lugar, la reina y su sequito fueron en precesión hasta la capilla real para oír misa. A continuación, se dirigieron a su aposentos donde le dieron un cálice de vino con especias ante toda la corte reunida. Su lord chamberlán rogó a todos los presentes que rezaran para que Dios le proporcionara un bueno parto, sin contratiempos. Otra procesión acompañó a Ana Bolena hasta la misma puerta de su cámara. En el umbral, los gentilhombres de la corte se despidieron de ella, dando paso únicamente a las damas.

Parte de las damas de compañía de Ana Bolena eran miembros de su propia familia, entre ellas estaban su hermana María Bolena, sus primas Lady Mary Howard, hija del duque de Norfolk; Mary Shelton, hija de tu tía Anne; y su tía Elizabeth, esposa de James Bolena. También figuraban la sobrina del rey, hija de Margarita de Escocia, Margaret Douglas; Elizabeth, condesa de Worcester, y su sucesora en el lecho real, Jane Seymour, quien anteriormente había atendido a Catalina de Aragón. También solía acompañarla una de sus mejores amigas, Margaret Lee ,nacida Wyatt, hermana del gran poeta Thomas Wyatt.



Lady Mary Shelton, prima de Ana Bolena. Una de las grandes aficciones de esta dama era componer poesía. Dibujo de Hans Holbein


Lady Margaret Lee, hermana del poeta Thomas Wyatt y una de las mejores amigas de Ana Bolena. Retrato atribuido a Hans Holbein (1540)


Cabe señalar que la cantidad de tiempo que dedicaban las reinas a aguardar el alumbramiento era bastante variable, ya que los bebes eran notoriamente poco fiables en su llegada, sin embargo ese no fue un periodo breve poco común. Por ejemplo, Elizabeth York, en 1503, se retiró a sus aposentos solo una semana antes del nacimiento de su hijo.

1.2.2. El mobiliario y la decoración de la cámara

Lord Mountjoy, veterano de los confinamientos de la reina Catalina, aconsejó a Lord Cobham, chambelán de la reina Ana, sobre el procedimiento adecuado. Las últimas reglas se había fijado en el reinado de Enrique VII bajo las instrucciones de su madre, Margaret de Beaufort, aunque el ceremonial era bastante antiguo, se remontaba a los Plantagenets: “Todas las ventanas salvo una debían cubrirse con tapicería de Arras ricamente bordada”. La reina podía pedirle a sus damas que abrieran esa ventana de vez en cuando para que le entrara un poco de luz y aire, aunque esa conducta era generalmente desaconsejada. Además, "Ningún hombre debía entrar en la cámara, sino mujeres". Como alega el historiador David Starkey, la cámara de la reina se asemejaba “a un cruce entre una capilla y una celda acolchada”.

Los tapices también poseía sus restricciones. Curiosamente, los que estaban decorados con personas y animales eran descartados. Tenían miedo que dichas imágenes podrían provocar fantasías o alucinaciones en la mente de la reina dando como resultado un niño deforme.


Tapiz confeccionado entre los años 1495-1505. Perteneció al inventario del rey Jacobo V de Escócia (1512-1542), contemporáneo de Enrique VIII. Un tapiz con estas características era considerado totalmente inapropiado para colocarse en la cámara de la reina.


1.3 El anuncio del nacimiento real

Ana Bolena había dispuesto con antelación que se escribiera una carta anunciando el nacimiento de su hijo para su envío a los condados ingleses y las cortes extranjeras. Según las costumbre de la época, era tradición que se encargarán de hacerlo las reinas. Ese documento, dirigido a su chambelán, lord Cobhan, ya estaba preparado:

“Y a donde ha agradado a la bondad de Dios todopoderoso, con su infinita merced y gracia, enviarnos, en este momento, gran rapidez en el parto y el alumbramiento de un príncipe” […]

Terminaba en estilo semejante: “A Dios todopoderoso, muchas gracias, gloria, alabanza y elogio, y rogad por la buena salud, prosperidad y continua preservación de dicho príncipe” .Estaba sellado con un timbre en nombre de “Ana, la reina”.


Carta anunciando el nacimiento del heredero al trono


2. Nace una bella princesa

2.1 Se alteran las misivas

En la misiva, donde anunciaban la buena nueva, dejaron un pequeño espacio para introducir el nombre del retoño, la fecha y la hora del nacimiento. Sin embargo, el ansiado varón no llegó y en su lugar la reina dio a luz a una preciosa niña a las 15:00 h del día 07 de septiembre de 1533. Madre e hija se encontraban perfectamente. La niña tenía la piel blanca y la larga nariz de su padre y los profundos ojos negros de su madre.

El rey no pudo evitar demonstrar su disgusto, dicha noticia fue para él una gran decepción. Sus ilusiones se desvanecieron al instante al conocer el sexo del bebe. El padre de la criatura propuso entonces que la llamaran Elizabeth en honor a su madre, Elizabeth de York. Por consiguiente, cierta palabra de la misiva tuvo que ser inesperadamente alterada, añadiendo una “s” más en la grafía “prince”, convirtiéndola en “princes” (en inglés del siglo XVI únicamente poseía una “s”) .


Detalle de la grafía "Princes"


Para ilustrar un poco más este artículo, les pongo un video con explicaciones del historiador David Starkey:

http://www.youtube.com/watch?v=YQM0xhsqI6g


Continuará....

(Observaciones: Está pendiente de publicar la última parte de los "Últimos días de Ana Bolena", al finales de este mes podréis leer el desenlace de esta historia.

Bibliografía:


Denny, Joanna: Anne Boleyn: A new life of England´s tragic Queen, Portrait Books, London, 2005.

Fraser, Antonia: Las seis esposas de Enrique VIII, Ediciones Web, Barcelona, 2007.

Hackett, Francis: Enrique VIII y sus seis mujeres, Editorial Juventud S.A., Barcelona, 1975.

Ives, Eric: Anne Boleyn, Basil Blackwell, Oxford, 1988.

Starkey, David: Elizabeth Apprenticeship, Vintage, London, 2001.

Warnicke, Retha M.: The rise and fall of Anne Boleyn: family politics at court of Henry VIII, Canto, Cambrige University Press, 1996.

Weir, Alison: Enrique VIII el rey y la corte, Círculo de Lectores, Barcelona, 2004.

http://www.bl.uk/catalogues/illuminatedmanuscripts/record.asp?MSID=7991&CollID=19&NStart=9

http://uvicmscu.blogspot.com/2007/10/castle-unveils-medieval-tapestry.html




jueves, 7 de octubre de 2010

El hogar de los Angulema y el nacimiento de "Monsieur le Dauphin"

Manuscrito iluminado que posiblemente retrate a Luisa de Saboya ataviada con vestimentas exóticas. Cognac (1496-1498), obra de Octavien de Saint-Gelais (b. 1468-d. 1502). Extraído de la traducción al francés de Epistulae heroidum de Ovidio que fue encargada por la propia Luisa.

El ambiente en el que vivía Luisa de Saboya, según las enseñanzas de Ana de Beaujeu, era realmente inmoral. Pero la culpa se debía a la mismísima duquesa de Borbón,la única responsable por la extraña situación que debía sobrellevar la joven. Ella fue quién casó a Luisa a una muy temprana edad con el licencioso conde de Angulema. Ahora la pobre niña debía aprender a lidiar con las dos amantes de su marido.

Luisa aceptaba con resignación su sufrimiento; deliberadamente permitió que Antoinette de Polignac fuera su amiga. La amante de su marido actuaba como una verdadera madre, no sólo de sus retoños , sino también para con Luisa y sus futuros hijos. Ambas consiguieron, a pesar de tener diversos elementos en contra, convivir sosegadamente sin contratiempos.


Blasón de los Condes de Angulema

Se sabe que Carlos de Orleans, su marido, estaba medio arruinado. Únicamente disponía de diez mil francos de renta, a los que se sumaban los tres mil que aportaba Luísa. No podían permitirse en aquella casa las cacerías, los banquetes y los torneos que se celebraban en el Valle del Loira, el centro de las fiestas reales. En Cognac no tocaba otra que reducir esos gastos desnecesarios. Sus halcones, sus caballos, sus perros de caza eran, sin duda alguna, tan magníficos como su posición requería, aunque este grado de ostentación lógicamente existía para conservar las apariencias.


Castillo de Cognac

Torre del Castillo de Cognac

A los quince años, Luisa de Saboya dio a luz a su primer hijo, una niña, Margarita, el 11 de abril de 1492, quien, según los poetas," nació de una perla" (Margarita proviene del latín, idioma en el que significa "perla").La futura reina de Navarra, sería una de las damas más cultas y refinadas del Renacimiento, además de haber sido una gran impulsora de la Reforma. Al principio, la recién estrenada madre se decepcionó con el sexo del bebe, sin embargo, al haber alumbrado una criatura saludable sabía que en breve llegaría un hijo varón. Y no tardaría demasiado.

Dos años después, nacería Francisco. Por cierto, el parto no pasó para nada desapercibido. Luisa empezó a sentir contracciones un cálido día de verano de 1494, el 12 de septiembre, y prefirió que su hijo viniera al mundo al aire libre. Hizo colocar su cama bajo un enorme olmo del jardín del château fort que defendía la ciudad gascona de Cognac. El torno al lecho se construyó un murete para proveer la la condesa de Angulema un mínimo de intimidad.

El bebe Francisco era grande y saludable que tardó muy poco en nacer y necesitó los servicios de dos damas de cría. Al niño le suministraban mucha leche lo que provocó que creciera hasta convertirse en un gigante. ¡ De adulto decían que medía casi dos metros! Luisa tenía por costumbre llamar a su nuevo retoño "mi césar", un apelativo un poco prematuro ya que en aquel entonces las posibilidades de su marido o hijo alcanzasen el trono de Francia eran más bien remotas.

Aquel mismo verano, las dos amantes de su marido también alumbraron a dos bastardos, en ambos casos sendas niñas. La familia vivió en total siete felices y espléndidos años, hasta el inesperado fallecimiento de Carlos de Orleans, en 1496. La joven condesa viuda de Angulema, a sus dieciocho años, consoló a las amantes y el joven chambelán de su esposo hizo lo mismo con Luisa. Para entonces el padre de Luisa se había convertido en regente de Saboya y ella tenía derecho a utilizar su nombre.



Luisa de Saboya


Bibliografía:

http://www.loc.gov/exhibits/bnf/bnf0004.html

Hackett, Francis: Francisco I, rey de Francia, Editorial Planeta de Agostini, Barcelona, 1995.

Kent, Princesa Michael: Diana de Poitiers y Catalina Medicis, rivales por el amor de un rey del Renacimiento, La Esfera de los Libros, Madrid, 2005.

lunes, 4 de octubre de 2010

El libro de las horas de Enrique VIII y Ana Bolena


Como prueba fidedigna del amor que se profesaban Enrique VIII y Ana Bolena, antes que está apasionada historia acabara de manera tan trágica, se conserva el bellísimo "Book of Hours of the Blessed Virgin” que era compartido por ambos cuando asistían a misa. El rey, mientras duraba la ceremonia, enviaba mensajes románticos a su adorada Ana utilizando el libro de plegarias. Se cree que estas frases, en las cuales se demonstraban mutuamente un profundo afecto, fueron escritas poco después del nacimiento de la futura reina Elizabeth, entre 1533-34. Enrique se expresó en francés (aquí detallamos la versión en inglés), debajo de una figura de Cristo con la corona de espinas, normalmente utilizada como símbolo de la monarquía cristiana:



‘If you remember my love in your prayers as strongly as I adore you, I shall hardly be forgotten, for I am yours. Henry R. forever.’

“Si recuerdas mi amor en tus oraciones con la misma devoción que te adoro, dificilmente seré olvidado, porque soy vuestro. Enrique R. para siempre.”



Ana eligió contestarle debajo de la escena de la Anunciación, en la cual el ángel le dice a la Virgen María que en breve dará a luz a un niño:





'By daily proof you shall me find, To be to you both loving and kind.‘
“Por la prueba diaria descubrirás que soy contigo amorosa y buena”