sábado, 29 de octubre de 2011

El Mural de WhiteHall


La representación más importante del rey Enrique VIII fue pintado en 1537 por Hans Holbein: el mural de Whitehall. Plasmado en una pared del palacio real del mismo nombre, aparece el monarca con su tercera consorte, la reina Jane Seymour, así como los soberanos anteriores, los padres del rey, Enrique VII e Isabel de York. 

 Esta fue la representación icónica de Enrique VIII que dio lugar a casi todos los retratos pintados de él desde entonces, y la imagen con la que aún le identifican. Fue una gran pérdida para el arte y la historia el hecho de que el mural se destruyera en un incendio acaecido en 1698. Se cuenta que una doncella había dejado ropa recién lavada para que se secara frente al fuego, lo que acabó provocando la destrucción casi  completa del palacio. Afortunadamente, el rey Carlos II había encargado al pintor flamenco Van Remigio Leemput para que hiciera una copia de la pintura mural en 1667. La copia Leemput hace ahora parte de la colección de la reina en Hampton Court Palace.

El público que contemplaba ese mural era más bien selecto, ya que se ubicaba en las estancias privadas del rey. Cabe resaltar que la pintura esconde algunos "secretos":

  • Si os fijáis en los esbozos originales de Holbein, Enrique mira hacía un lado; una imagen no tan desafiante y no confronta tanto el espectador como el que se ve en el dibujo definitivo. ¿De quién habría sido la idea de cambiar de posición? Del propio Enrique o del mismo Holbein?





  • Luego también podría haber otro motivo por el cual Enrique transmite tanta seguridad en sí mismo: se cree que el mural se pintó durante el embarazo de Jane Seymour. Como sabéis, meses después le daría su ansiado heredero: el futuro Eduardo VI.





Os he seleccionado este vídeo del Canal de 
para que profundicéis un poco más:


miércoles, 12 de octubre de 2011

Los archiduques de Austria atraviesan Francia (5ª y ultima parte)





Tapiz que retrata un torneo con la presencia Felipe el Hermoso (el que está justo a la izquierda de la columna) y de su esposa Juana de Castilla. Bruselas, alrededor de 1495. Musee des Beaux-Arts, Valenciennes, France

Juana había recibido una educación al uso español, como correspondía al rango de una infanta, sin embargo jamás podría haberse imaginado que un día sería ella la que regiría los destinos de España. La temprana e inesperada muerte del prometedor príncipe Juan causó estupor en  Castilla y Aragón, pero esa no fue la única desgracia. Luego vino otro jarro de agua fría que conmocionó todavía más a los Reyes Católicos: el fallecimiento del infante Miguel de Portugal, hijo de la hermana mayor de Juana, Isabel.

 Juana de Castilla había abandonado su país a los dieciséis años para desposar a Felipe de Habsburgo, que pertenecía a una de las cortes más refinadas e ilustres de Europa. Cuando la archiduquesa llegó a Blois, llevaba viviendo más de cinco años en los fríos Países Bajos. El ambiente borgoñano  muy  distante al que se respiraba en su Castilla natal, con unos intereses y modos de actuar que si bien en un principio le parecían extraños, al cabo de un tiempo habían dejado de serle ajenos. Además, aunque Juana tuviera reacciones que a primera vista evidenciaban su afirmación como princesa española, como por ejemplo aquel empeño en rechazar las monedas de Ana de Bretaña en la ofrenda, por otro lado se dejaba engatusar por la voluntad de su esposo. En Castilla decía que estaba perdidamente enamorada, y con es sabido, el amor ciega hasta limites insospechados. 


Felipe el Hermoso




Autógrafo de Juana, futura reina de Castilla


Ocho días duró su estancia en Blois. El 15 de diciembre la comitiva acompañada por Luis XII, se dirigió camino a Amboise. Ana de Bretaña no hizo acto de presencia, aquel enclave le provocaba una desmedida tristeza pues en dicho castillo se había llevado a cabo la fatídica muerte de su anterior marido, Carlos VIII, fallecido tres años antes en sus dependencias tras sufrir un golpe en la cabeza cuando caminaban juntos.
 
El palacio, reformado en época posterior, era una espléndida residencia real junto al río Loira, pero tal ostentación no fue suficiente para impresionar a los borgoñones, habituados a sus magníficos y lujosos palacios, en particular el de Bruselas. Ya había transcurrido un mes y medio desde que emprendieron dicho viaje y, si por un lado se habría logrado entrevistar al rey de Francia, eso había sido solo una pequeña parte de lo que estaba por venir. El destino final era España y aún había mucho camino por andar.
 
Por ciertas necesidades del despampanante séquito, o porque el archiduque no deseaba llegar con prontitud a tierras españolas, las razones no son claras, aunque tampoco era un secreto que le gustaba codearse con los franceses. El cortejo avanzaba a pasos lentos; se entretuvo cuatro días en Cognac, coincidiendo con el fin del año 1501. Asimismo, Felipe el Hermoso hizo una parada en Dax, donde fue a su encuentro el rey de Navarra, hubo festejos y el archiduque fue invitado a probar los baños termales, de manera que hasta el 26 de enero no pisaron tierras españolas, en Fuenterrabía.





Castillo de Cognac 


Si hasta entonces, el viaje había sido lento, el comienzo de ese nuevo tramo todavía ocasionaría más  retrasos, ya que la complicada orografía de los Pirineos obligó a regresar a los carros y carretas que transportaban enseres de la comitiva, que se cargaron en grandes mulos traídos de Vizcaya, medio de transporte que se empleó hasta Toledo. Los archiduques se estaban gastando una fortuna en cruzar Francia, los costes del viaje ya ascendían a una grandiosa cuantia. Aparte, había un gasto continuo derivado de las fiestas, a las que acudían con mucha frecuencia. En otras ocasiones había que recompensar servicios especiales; asi, el mariscal encargado de acompañar a Felipe y Juana por tierras francesas recibió “cincuenta marcos de vajilla” al ser despedido en San Juan de Luz, y sus cuatro acompañantes fueron premiados con “cuarenta escudos de oro” cada uno; el capitán que formaba parte del sequito francés se vio a su vez beneficiado con “un traje de terciopelo y con un buen caballo”.


Aquí termina el relato de Felipe y Juana por tierras francesas. Futuramente, habrá otra serie de entradas dedicadas a sus andanzas por tierras españolas hasta encontrarse con los Reyes Católicos.

Bibliografía: 

 Zalama, Miguel Á. Juana I. Arte, poder y cultura en torno a una reina que no gobernó. Centro de Estudios Europa Hispánica, 2010. 

http://www.wga.hu/index1.html

http://www.lessing-photo.com/dispimg.asp?i=31030139+&cr=1&cl=1

http://www.luxcentral.com/LuxDukes.html

http://pares.mcu.es/ParesBusquedas/servlets/Control_servlet

http://www.panoramio.com/photo/44267285